miércoles, octubre 26

Hojeo el libro de Kundera que compré fuera de NYU...

sólo 5 dlls y tiene una dedicatoria de "Tom" que dice "I hope you like this book". Sonrío. Los pies me duelen, los chamorros se acalambran aun si estoy sentada. No importa. La gente se arremolina alrededor, empuja a los demás mezclandose entre los olores de los 100 quesos y el foie grass que está junto a los huevos de codorniz. El té me llena la boca de su sabor lechoso y suspiro. Es la última tarde en la granmanzana. Estos días han sido agotadores, desde llegar al amplio y hueco JFK, pagar el shuttle y escuchar una hora a los franceses de facciones hebreas que se han sentado tras nosotros. Llegar al hotel y descubrir el minúsculo cuarto con la cama matrimonial (para tres personas). Fack. Fack. Pero no importa. De perdida tenemos donde caer inconsicentes.

Caminar hasta el empire y su punta iluminada en rojo. Y las luces de TimeSquare. El pedazo de pizza con exceso de pimiento morrón. La pista de hielo de Rockefeller, SanPatricio de noche. Y la gente. Gente por todos lados, sin mirar, sin pisar, sin voltear atrás. La música en las paradas del metro, el tomar el mango cromado frío y adivinar la cantidad de bacterias y gérmenes que estoy absorviendo. El sentarse en los escalones del hotel, el cigarro, el tequila, la noche fresca pero no fría. El dormir a lo ancho y no a lo largo de la cama. Y descubrir que-- todo está bien.

Lo más relevante? El metro. El metro. Los mexicanos atendiendo los Delis. La música coral en Trinity y tocarle los huevos al toro de WallStreet. La larga cola en el MoMA, el sentirme sonrojar al ver la noche estrellada de vangohg. Las sexshops en la 4ta. Y las clases de la doctora. La tienda de tabaco. Y yo que no se de mi. Me duelen los pies. Me duelen los pies. Me duelen-- el cuarto con dos camas individuales. Y la voz de Humberto. El caminar en tacones 30 cuadras. Las cervezas de litro big burguers que después te hacen sentir nada (anunciando una cruda inminente). La italiana que acariciando su paladar me hace estremecer. Recordar a Salvatore que me ha dado su tarjeta a la hora de la comida cuando me roba una promesa de un trago. Los pies me duelen. Y la lluvia arrecia. Me arrastro. Llego a hacer pipí a McDonalds. Y las cuadras no pueden ser mas largas. No recordar cómo me cambie ni a donde aventé el boleto semanal del metro.

Y la cruda? Encuentro unas 'hung over reliever' en el deli y las empujo en mi estómago nauseabundo con gatorade. El caminar al Metropolitano y sentirme sabionda por pagar sólo un dolar en lugar de 20. Y recorrer esas galerias que ya he pisado 3 veces y darme cuenta que no voy a soportar mucho este ritmo. El arte egipcio, perderse en la ala oriental, encontrarme con los dibujos de Degas, VanGogh. Las fotos de lo paranormal. Las multitudes respirando en mi cuello. Y yo que siento que no puedo más. Escapar al fin y engullir un insípido hotdog de 3 dólares que sabe a gloria. Ver las entrañas de CentralPark y sonreir. Bethesda espera con una caliente crepa de nutella mientras el viento te revuelve el cabello y lo humedece con el agua de la fuente. Y volver. Volver. Volver a las 6 de la mañana al hotel después de disfrutar la vista de la 'lady independence' del departamento de Adrián. Cásate conmigo le murmuro antes de escapar por la salida de emergencia. Su departamento y su aroma me enamoran. El ambiente.

Y es cuando terminas en el Dean&Deluca del SoHo con una araña cayendo en tu pecho. No he tenido suficiente pero sé que todo lo bueno llega a su fin. El estado de la tarjeta de crédito va a llegar pesado este mes pienso cuando cargo las perfectas imitaciones de Prada entre las calles de Chinatown. Los serbios peleando por Kosovo. Los taiwaneses por su patria. Y yo por mi tiempo.

Una reseña a un viaje memorable. Las escasas horas de sueño y mi morral que ya no dio para mas. El soldado caído que sale de las entrañas del avión, que a sus 19 años jugaba a las guerritas en Afganistán. No todo es como en los videojuegos, love.

Recuerdo todo con incredulidad, casi como si fuera un sueño, mas los chamorros adoloridos y este sueño que pesa más que la sonrisa me lo recuerda. Me agrada el dolor -a veces-
.

Besitos a la familia, Humberto, gracias por todo.

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