miércoles, febrero 15

Te nos adelantaste Diego….
Advertencia: tal vez este suceso logre generar varios textos de balbuceos acerca de lo intrascendente que puede ser nuestra existencia

Ayer, al abrir mi correo me encontré tres emails de ex compañeros de la prepa con el título “Diego…”. Por alguna extraña razón pensé que iban a hablar de Maradona, no sé, es el primer Diego que me vino a la mente, pero al abrirlos me enteré de que uno de mis compañeros (Diego Suárez), de esos que hace casi 6 años no sabes nada, falleció el viernes/sábado en una de las carreteras de Reynosa, y su sepelio sería a las 4.30 de la tarde. La noticia me sorprendió y me puso a repasar en mi cabeza a Diego, buscándolo entre mis recuerdos, en las caras que el alcohol y la televisión han ido borrando de mi memoria y realmente batallé para encontrarlo. Tal vez tantas horas sentada frente a los monitores sonrientes si te perjudica algo más que la vista. Logré recordar vagamente que era de los que se peinaba de media raya y tenía grandes dientes de conejo. O eso fue lo que arrojó mi cabeza. Total que llegué corriendo al funeral, que resultó ser no a las 4.30 si no a las 4, corrí entre tumbas descoloridas y me integré a un numeroso grupo de gente gimiente que se estremecía con cada palazo de tierra que caía sobre el ataúd plateado, y yo aun sin recordar su rostro. A lo lejos, de frente al sol, pude percibir a varios del grupo de la prepa que se iban con él a emborracharse hasta vomitar durante los fines de semana. Todos tan formales, tristes, ausentes. Al final nos reunimos junto a una pileta de agua estancada, de esas que usan para limpiar tumbas, fumando en silencio. Sin nada que decir, aparte del ¿Qué has hecho? ¿Cuándo y de qué te graduaste? ¿Dónde estás trabajando? Y de nuevo el silencio mientras el humo se perdía entre la luz de las cinco de la tarde. Rafael había sido de los únicos que se habían asomado al ataúd, dijo que lo habían peinado igual que la última vez que lo había visto. Luego Jaime recordó de la noche en que pusieron a Tarkan a cantar la misma canción una y otra y otra vez y Diego no paró de quejarse. Y yo sin recordar su cara todavía. También platicaron acerca de cómo se enojaba y que corría cada vez que salíamos de clase a peinarse al baño. De cómo nunca aprendió a nadar y que dejaba una novia en Reynosa. Y nada más. Se acabó mi cigarro, cerré mi abrigo y me despedí. Corrí a buscar el anuario y confirmar la imagen mental que apenas logré rescatar de los mas empolvados confines. Sí, era el que recordaba. Y nada más. Joven de 23 años que muere en un accidente automovilístico.
Te nos adelantaste, Diego…

Tengo que admitir que entré en crisis (no en vano mi hermano me dice Crisistina) y las preguntas empezaron a aflorar. ¿Qué pasaría si muriera hoy? ¿O mañana? ¿Quién iría a mi funeral? ¿Familiares, amigos, gente que no recordara mi rostro pero alguna vez escuchó mi nombre por compartir el mismo salón de clases? ¿Qué recordarían de mi? ¿Cómo la que casi siempre vestía de negro y no podía controlar su cabello? ¿La que se fajaba a extraños en las fiestas y terminaba bañada en vino? ¿Qué pasaría cuando mi madre entrara a limpiar mis cuarto y encontrara mis dildos? Entonces hago una nota mental: tengo que esconderlos en una caja y dejarle instrucciones específicas a mi hermano de quemar el contenido en cuanto desaparezca mi aliento de esta tierra.
¿Cuál entonces es la razón por la que vagamos en esta tierra uno, diez, veintitrés, sesenta años? ¿Realmente seremos tan entretenidos para ese Ser que presumimos todo lo sabe y todo lo enjuicia? ¿Importará lo que digan de ti cuando ya no estés? Esta última pregunta la respondo con la frase de ‘si de por si, no importa demasiado si estás o no para que las olas hagan ruido’, y por alguna razón llego a la conclusión de que la gente tiene hijos con el fin de ser recordados, por lo menos, por los sus descendientes. Y que agotamiento de la cadena alimenticia el sólo limitarte a engendrar espíritus sin sentido alguno. –Creo que el haberme comido media bolsa de dulces baratos me esta haciendo dar vueltas en preguntas que no me quiero responder-.

La angustia mayor se suscitó cuando, platicándole a mi padre de esta mini crisis, me dice con una sonrisa de macho mexicano en los labios:
pues cásese mi’ja, para que batalla?

Anda, Don Arturo, si todo fuera tan sencillo. Y prehistorico. Y existiera alguien que tuviera intenciones de casarse conmigo, ja, hoy mismo.
Maldita azúcar que me hace decir cosas raras.

El colmo del día de ayer, aparte de que me detuviera tránsito y me quitara la licencia por ir a exceso de velocidad, fue que soñé que tenía tres hijos. TRES!. Qué angustia. Qué espanto, pero creo que sufrieron más mis ‘hijos’: una se llamaba Ofelia, la otra Orquídea y el tercero, el pequeñín, era Orfeo. Todos del planeta de la O.

Saludos mis estimados, que tengan un día de azúcar innecesaria en su sistema. Una vez al año no induce a un coma diabético. Bueno, tal vez sí. Ahí le seguiré con mis disertaciones sobre lo intrascendente que puede, o no, llegar a ser un muerto.

Besitos!!!

No hay comentarios.: