jueves, mayo 29

Esa noche, al soltar su mano, perdí las alas y las garras por las que tanto había luchado y perseguido. Las dejé ir junto con la noche. Y no me importó. Dejé de ser inmune a su fuego, volví a arder en su infierno, perdí mi calidad de demonio para decidir lo que realmente era. Y me quemé junto con todo lo que llegué a representar, los poemas, las poses, las miradas. Los regaños, ardieron noches sin fin. Todo eso. Me odió. Y la noche me expulsó de ella.

“Basta” murmuré cuando me veía convertida en ceniza volando por la tarde. “¿Tuviste suficiente?” me pregunta el atardecer mientras me capturaba ayudándome a dar cierta forma.

“¿Suficiente?” respondí con desdibujada sonrisa. Y aquí estoy.

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