jueves, noviembre 24

Y con ustedes.... Crisistina!

¿Qué les cuento? Estos días han sido lentos-- con eso de que la festividad del thanksgiving day se extiende por dos largas jornadas que resultan ser laborales para mi (mientras mi cliente se dedica a cocinar pollos enormes, rellenarlos con sobras de pan y pasas, puré de papa de cajita y salsa de arándonos de lata), me pongo a divagar seriamente. Y empiezo a hacer recuento de lo que he hecho (y no) durante estos meses desde que me gradué, cuando hace un año me negaba a seguir estudiando en la escuela de burguesitos, en que decía que mi ultima opción de trabajo seria una maquiladora, que ya para estas fechas debería estar en Cambridge entre ingleses de dentadura fea pero con el acento de Harry Potter que me hace temblar las rodillas. Tener 30 kilos menos y sexo 50 veces más que el último año de mi vida.

Y, a estas horas, caigo en la cuenta de que no tenía tanto miedo e incertidumbre como la que hoy me carcome.


A-- 10 meses de haberme entrevistado con la taiwanesa de cara cálida y enorme estómago de 7 meses de embarazo, 'negociar' mi sueldo, gastarlo desde antes de tenerlo, sufrir y estresarme como no recordaba haberlo hecho antes, llegar a llorar a mi casa con la cantaleta de la Crisistina Saboteadora en el fondo de mi cabeza: creo que no la voy a hacer, no voy a poder, es demasiado que aprender en una semana. Me enorgullezco de decir que hoy me puedo reír de mis angustias saboteadoras de febrero. Del estreñimiento que sufrí en marzo cuando mi jefa no vino a trabajar dos días y yo todavía andaba con cara de angustia paseándome en la línea persiguiendo maquinas fantasmas y esquivando cartas de un admirador con pésima ortografía que se hacía llamar Meño. Del mes de Abril en que llegó Peter con su aliento a no-he-desayunado-nada-y-me-acabo-de-fumar-media-cajetilla-de-cigarros y sus chistes a conquistarme y consentirme tres largos meses mientras mi jefa explotaba y regresaba con una cinturita de Geisha que no concebí el primer día que la vi. Las veces que me quedaba hasta las 8, 9 de la noche haciendo reportes estresantes para quedar bien con la gran jefa que tiene un nombre igual al mío. De mi viaje relámpago a Guanatos en Mayo, cuando regresé con los ojos hinchados de tanto fumar, llorar, no dormir bajo la terapia agobiante de Rochester a quien le debo tanto (y ya no ha vuelto a escribirme, creo porque he cumplido con un tercio de lo que prometí en esos 4 días de encierro).

¿Qué más decir de los últimos meses? Planear el viaje a tierras washingtonianas que termino en mordidas a la gran manzana (hace un mes de eso) pero nada más. Ni las clases sabatinas de filosofía con FerroGay, ni las mañanas de café en el Sanbors entre los intelectualoides, ni mis clases de la maestría de filos en la UACJ. Dejar de ir a presentaciones de libros, a lecturas, a borracheras públicas. No leer más de un libro al mes-- y batallar para hacerlo. Aprenderme los horarios vespertinos del canal de Sony, WB y Fox. Y todos sus programas. Tener affairs con hombres imaginarios con novias muy reales, desencantarme de mis esperanzas de la llegada de una beca eterna que me mandara a estudiar en Paris y fornicar en Ámsterdam todos los fines de semana.

Y hoy, cuando tengo tiempo de navegar en la red y ponerme a leer erotalia del tipo Lolita, termino actualizando mi curriculum en las paginas de los organismos internacionales que no les importa si sé hablar tres palabras en italiano, dos en francés, una en alemán. Que a menos de que tenga una maestría o doctorado alguna vez se dignaran a voltear a ver esa solicitud de--

Puf. Diantres. La crisis se agrava. ¿Porqué estudiar lo que estudié? ¿Por qué no seguir el consejo de mis progenitores y tal vez, estudiar una ingeniería que tal vez me tendría más traumada en estos momentos? ¿Porqué no-- atreverme a mandar los papeles para la beca Ford, la Alban, la que me lleve lejos de este agujero donde siento que nada me completa? Sentirme una vieja de 200 años encerrada en la piel de una mujer de 22 que llega a su casa por las tardes a ver televisión con ataques de ansiedad que trato de satisfacer con peliculas de Woody Allen y cacahuates japoneses. Y solamente a eso.

En un día de gracias donde tartamudeo, se me llenan los ojos de lágrimas, no puedo expresar mi aprehensión por aquello que no termino de ser. Sigo llenando formularios, leyendo páginas en danés que no entiendo, alegándole a una de mis personalidades que el sábado con la cruda de la despedida de Allen me irá más que excelente en el examen de admisión para la maestría. Suspiro/Respiro en el aire esa mezcla extraña que me hizo no reconocerme esta última semana. Las luces artificiales engañan a mis ojos cansados. Y toda yo no me sé en mi misma.

En el fondo el WinAmp empieza la canción de ‘The Pixies’ con la que cierra la película de Fight Club “Where’s my mind?” me pregunto y presiono el botón de ‘Enter’.

Disfruten de su fin de semana, ahí les avisaré cómo siguió la crisis.

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