miércoles, agosto 18

Fiesta de jubilación

Hace un año, exactamente, a estas horas, tenía unos cascarones transparentes protegiéndome, con ojos llorosos. No podía soportar la luz. Era una vampira en todo el sentido de la palabra.
Después de -lo que recuerdo- unos 12 años de usar lentes por no usar perro guía, y andar buscando un modelo para reemplazar a mis lentes, mi madre me dijo: oye, ¿Y si te operas? Hasta las rodillas me temblaron; he de confesar que me dio miedito, es decir, era abandonar una parte de mi proyección intelectualoide! Ja... pero todo se quitó en un dos por tres. Y así fue la operación: durante toda la semana antes, me estuvieron picando los ojos con unos sensores para medir el grosor de mis corneas (que, irónicamente, parece ser lo único delgado que tengo en el cuerpo) y demás. Y entonces el gran día: todo se decidió en 45 minutos.
Le hablé a mi papá y le dije: pasa por mi que me van a operar en media hora. Claro que le dio un ataque de pánico, sobretodo por que él iba a pasar por mí. Y fue solito, sin quien se quedara a agarrarle la mano en la sala de espera. Mis dos padres fueron miopes desde la adolescencia y comprendían lo que es el no ver, mas que sombras que se dibujan en el horizonte de la niña. Pues total, que me pasan, me pegan los ojos aca, estilo, tortura policiaca, me limpian el área con Isodine y me acuestan en una silla. Entonces el punto rojo sobre mi frente y la voz que dice: no parpadees. ¿Cómo diantres, pregúnteme yo, si mis pestañas están pegadas a su respectivo párpado? Bueno, bueno, no veas a otro lado. Las gotas que la enfermera me aplicaba, manteniendo la anestecia y luego el ojor a pelo quemado. !Aaaaaaah! Fue un tanto terrorífico. El doctor nada más se rio, y me dijo que no había problema. Que así olía regularmente. A pelo quemado. Que bueno que no empezó a oler a chicharrón por que entonces hubiera tenido serias dudas de la puntería del enmascarado.
Total que me puso un lente de contacto para proteger los cortes frescos-que ni cuenta me di que traía hasta que me los quitó- despegó mis pestañas y me puso los cascarones. Luego me entregaron unos lentes enormes, estilo viejito gringo, para protegerme del sol. Recuerdo que la primera cosa nítida que ví (en cuanto salí de la sala de operaciones) fue el helicoptero del la PFP aterrizar en el techo del edificio de enfrente de la clínica. Y poder leer los letreros! Aun cuando no era perfecta mi visión, era la primera vez que podía ver sin lentes (Todavía me acuerdo y se me llenan los ojos de lágrimas).
Ese día me encerré en un cuarto oscuro, siendo el bicho raro de la casa de mi abuela. Los sentía asomarse, curiosos, y a toda visita que llegaba la pasaban a que me vieja, ja... por eso me negué a salir de mi casa al día siguiente. De perdida, ahí soy bicho raro por antonomasia.
Es por esto que mis lentes cumplen un año de jubilación. La costumbre de dar manotazos cuando abría los ojos, buscando ponerme los lentes, me duró unos 5 meses, pero todo se acaba. Ha sido un gran regalo, el poder ver. Dejar se ser miope para convertirse en tuerto. Ojo por ojo, compañeros, ojo por ojo.

Tatá (que tengo tarea que hacer)

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