domingo, octubre 3

Ha sido una semana catártica.

He descubierto el origen de la vida –y de un potencial ataque cardiaco- viendo la máquina de donas de Krispy Kremes.
He aprendido del dolor al ver a una madre entregar las sonrisas de su hija de 10 años a la muerte.
He descubierto que mis platónicas obsesiones me pueden invitar a comer sushi. Y mantener una plática civilizada sin tener que levantarme a vomitar en el baño a consecuencias de la emoción de estar ahí. Tomando su mano. Haciéndolo llorar.

Extrañar esa emoción en la boca del estómago. Descubrir que quiero que sea muy feliz. Que le deseo que sea muy feliz. Aunque no sea -- Pero que sea feliz y logre curar ese ser sentimental. Podría pasar mis tardes contando sus canas, inventando finales a las historias que vemos todos los días. Podría seguir alentándolo a perseguirla, a desearla, tratar de convertirla. A pesar de que significara que se fuera de mi lado. Por un tiempo.

Correr de los parqueros que se alarman de que llegue sola al cine. Y se escandalicen más por que salgo sola. Sospechar que su carro se ha estacionado tres espacios antes que yo. Y mandarle mensajes acosadores. Sentir que mi estómago se voltea. Maldita sensación adictiva me veo sonrojarme en el espejo. Alucinar. Divagar. Inventarnos un final donde forniquemos felices los dos.

Aprender que no puedo decir que soy una sabelotodo en una entrevista de trabajo. Ni que me gusta leer o escribir porno. Ja. Sospechar que terminaré buscando el amor de mi vida en un nosocomio. O asilo de ancianos.

Asustarme por verme como una workaholic feliz. Escuchar el jazz en el radio y querer hacer eso de por vida: leer ficciones y escuchar esa música que humedece cada espacio de mí. Y asustarme más por verme sola. ¿Es eso malo? Maldita sea. Quiero seguir adicta a esa sensación. Es la ventaja de creer enamorarse cada diez minutos. Tal vez. Esperemos no perder la práctica en eso.

Buenas noches... y no olviden, hay alguien que todo lo sabe, todo lo siente, todo lo ve.

Aburrrr!

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